Ascensión Nicol nació en Tafalla, a las afueras de Navarra (España) en 1868. Estudió en el colegio internado “Santa Rosa” de Huesca, donde tuvo contacto con las monjas, que marcó su vocación.
A su llegada a Lima en 1913, se alojan en el Beaterio “Nuestra Señora del Patrocinio”, distrito del Rímac, donde tuvieron que esperar casi dos años, debido a la crisis política y económica del país. Recién en junio de 1915 pueden embarcarse rumbo a la selva de Madre de Dios. Ascensión Nicol lideraba el grupo de tres hermanas – Aurora Ardanaz, Angélica Bazán- que inicia esta expedición arriesgada y propia de “hombres aguerridos, exploradores audaces o intrépidos misioneros”. Eran las primeras mujeres que entraban a la selva, atravesando la cordillera de los andes y surcando ríos peligrosos. Muchas voces intentaron disuadirlas del proyecto misionero que iniciaban, ofreciéndoles grandes colegios en Lima; pero su opción por educar a la mujer nativa fue firme.
En el encuentro con los hijos de la selva, va gestando una nueva espiritualidad y fortaleciendo su vocación educadora, que encuentra consonancia con las intuiciones primeras de Monseñor Ramón Zubieta y Les, de educar a la Mujer para defender la vida. Madre Ascensión descubre al Dios encarnado entre las nativas y nativos que sufren vejaciones y explotación de los caucheros. La contemplación la lleva a ponerle rostro al Crucificado; por eso, no es de extrañar su oración al “Jesús Montañés”, que acompaña la misión cada día y en quien confía plenamente.
Su espíritu audaz y arriesgado consolida la expansión de la Congregación de Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, que se fue gestando al lado del Padre, Hermano, Pastor y Misionero Fr. Ramón Zubieta y Les. En 1918 las hermanas juramentan en Lima las primeras Constituciones, y en 1921, muere nuestro fundador. La obra misionera iniciaba su itinerario y muy pronto fue bendecida con vocaciones, lo que hizo posible que se abrieran horizontes a El Salvador, China…y hoy presentes en 22 países.
Nuestra Beata se santificó en la Amazonía de Madre de Dios, regalando un carisma misionero a la Iglesia; hoy el Espíritu sigue acompañando esta andadura histórica al servicio de la Humanidad.