Hoy además de agradecer a Dios por el regalo de la creación del agua, es el día de pedir y reclamar que este derecho al agua le tengan todas las criaturas.

Por: Mons. Rafael Cob, presidente de la REPAM.

En este día internacional del agua (22 de marzo) es un momento de agradecer a Dios por la vida del agua. Podemos contemplar con nuestros ojos en nuestra Amazonia las cascadas de los rincones de la selva, nuestros manantiales cristalinos en las montañas para saciar la sed humana, el cauce de nuestros ríos por donde navegamos como carreteras fluviales donde nuestras canoas se deslizan. Esto posibilita contemplar el paisaje que cautiva en sus orillas, dando vida a las plantas y a la fauna, y siendo el único camino para llegar a muchas comunidades que a lo largo de su ribera se han construido como lugar de subsistencia.

Desbordarse

Hoy ha estado toda la noche y parte del día lloviendo. Divina lluvia que Dios hace caer sobre justos e injustos, sobre buenos y malos, porque Dios es Padre de todos y de todo. En nuestra Amazonía es un desbordarse en las nubes de lo alto y en la biodiversidad de la tierra. Es abrir sus compuertas para que nuestros ríos se alimenten y rieguen nuestra frondosa selva.

Cuando hablamos de agua estamos hablando de vida. Y la vida es un valor divino como todo lo que ha salido de las manos de Dios. El agua no lo ha creado el hombre, lo ha creado Dios. Y como obra creadora de Él, es bendición.

A lo largo de toda la Biblia el agua, además de ser uno de los cuatro elementos que conforma el mundo junto con la tierra, el aire y el fuego, es nombrada en el Antiguo Testamento 582 veces y más de 80 en el Nuevo.

Ya en el Génesis leemos que “el espíritu se cernía sobre las aguas” (Gn 1,1) “y las aguas separaban el firmamento de la tierra; y con la unión de las aguas se formaron los continentes y los mares y vio Dios que era bueno” (Gn1, 9-10). El agua limpia y casta sigue siendo el lugar de la vida.

Río Amazonas. Foto: Benedito Alcântara

Agua es vida

El agua es el que fecunda la vida de la tierra. Sin agua no hay vida. Hemos escuchado muchas veces: “sin petróleo se puede vivir, sin agua no”. Por ello estamos obligados a defender el agua, porque así defendemos la vida humana.

Hoy, además de agradecer a Dios por el regalo de la creación del agua, es el día de pedir y reclamar que este derecho al agua le tengan todas las criaturas. Pedir y reclamar como la voz que no tenga que gritar en el desierto, sino la voz que defiende la vida de muchos pobres que tienen voz pero no tienen la fuerza del “poderoso” que quiere comprar con su dinero la tierra donde brota el manantial del agua cristalina. Ella es para el pobre la esperanza, su gran riqueza amada del pobre, al que quieren robar su tierra y engañar con falsas promesas.

La hermana agua

Hoy venimos, con el Hermano San Francisco, a convertir nuestra oración en alabanza: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua”. Hoy venimos a pedir al Señor que nos de la gracia de saber amar y cuidar del agua, porque solo se defiende lo que se ama. Nadie odia su propio cuerpo, sino que le cuida y fortalece. Por ello amamos nuestro cuerpo, que es agua y es vida. Amamos el agua, que es fuerza de energía y remanso de contemplación. Agua que es paz y alegría.

Hoy nuestro compromiso de levantar la voz con el río y el manantial, con la nube y el mar. El agua tiene su camino en la tierra y no se puede retener. El agua estancada se pudre y es muerte. Por eso hoy pedimos que el agua corra libre y limpia por nuestros valles y por montañas, por nuestros páramos y selvas. Nadie le quite el derecho que por creación le corresponde. El poder trasformador del agua de cambiar en un vergel el árido desierto. El agua es vida y la vida es el mayor derecho. ¡Viva el agua!

Rafael Cob