Apenas cuatro sacerdotes, apoyados por varias religiosas y laicos, mantienen viva la fe católica en el Vicariato de Requena, al interior de la Amazonía Peruana. Una inmensa extensión que supera los 80.000 Km2 que clama por la llegada de más misioneros y misioneras dispuestos a dar su vida. Un ‘pedacito’ de selva que durante el mes de agosto ha sido el hogar de ocho jóvenes semiraristas enviados desde la Diócesis de Valencia (España). El balance es muy positivo: la Amazonía te cambia la mirada y abre tu corazón.
“Estamos conociendo una Iglesia con muchos menos recursos, pero, en algunos aspectos, mucho más viva (…) Esta experiencia me aporta un deseo de dar la vida, de no vivir a ‘medio gas’, de no ser ‘burgués’ en mi vocación, de darlo todo (…) Para mí es un chorro de aire fresco, de plantearme cómo quiero ser sacerdote, cómo quiero servir y, sobre todo, de quitarme ideas preconcebidas y tratar de no ser paternalista”.
Ignacio Álvarez estudia los últimos cursos de teología en el Seminario Mayor de Valencia, en España. Apura sus últimas horas a orillas del majestuoso río Ucayali tras cinco semanas que, quién sabe, pudieran marcar los próximos años de su vida, cuando ya sea sacerdote. Ignacio es uno de los ocho seminaristas que durante el mes de agosto han palpado la realidad del Vicariato Apostólico de Requena, el más necesitado de vocaciones de toda la Amazonía Peruana. Basta con los dedos de una mano para contar cuántos sacerdotes encontramos a lo largo del río. Apenas cuatro, incluido el obispo, Mons. Juan Oliver, atienden pastoralmente los cientos de caseríos y comunidades nativas que están bajo su responsabilidad, sin contar las capitales distritales que son ya pequeñas ciudades. Son más de 80.000 Km2. Llegar a todos es, simplemente, ‘misión imposible’.
Esta realidad la conoce bien el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares. En junio de 2019 la visitó personalmente. Arribó a Requena como se llega a estos inhóspitos lugares de la selva: en barco. Pisó y constató la situación luego de que un par de años antes la diócesis de Valencia asumiera no solo este vicariato, sino también el de San José del Amazonas. “Con esto de la pandemia algunas ideas se han podido concretar y otras están esperando. Por ejemplo, sí han llegado algunos grupos de médicos y enfermeros de la Universidad Católica de Valencia y el año pasado se hizo desde allí un curso virtual de capacitación para docentes de Requena”, explica el obispo Juan Oliver, “ahora han llegado los ocho seminaristas, que tienen este tipo de experiencia dentro de su plan de formación, y como son un grupo grande los hemos dividido entre tres de las ocho parroquias: Orellana, Flor de Punga y Jeraro Herrera”.
En la primera de ellas, Orellana, están Ignacio y Miquel Amat. Tardaron más de 20 horas en llegar, pues les tocó surcar el río Ucayali desde Requena. El largo viaje no les desanimó, sino todo lo contrario, pues ver atardecer y amanecer en medio de ese idílico paisaje no tiene precio. Allí les han acogido las hermanas Olga y Milagros, Franciscanas de la Natividad de Nuestra Señora. “Esto es un hogar. Desde el primer minuto nos hemos sentido como en casa. Todo ha sido muy nuevo, pero a la vez muy natural. Es lo más sorprendente, que estamos a miles de kilómetros de casa, pero somos la misma Iglesia”, cuenta Ignacio. Confiesa que su mayor entusiasmo ha sido constatar cómo se vive la fe en un lugar tan humilde porque “todo es muy familiar” y admira que, a pesar de la falta de sacerdotes y misioneros y la proliferación de otras iglesias y sectas, en los caseríos se encuentren muchas familias que perseveran en la fe. “Hemos visitado lugares que llevan dos años sin recibir a un sacerdote, pero los animadores cristianos mantienen y animan la fe de la gente, no se rinden”, relata.
A pesar de ir hasta la parroquia, en teoría, más alejada del corazón del vicariato Ignacio y Miquel han estado, quizás, en lo más parecido a una ciudad que puedan encontrar por allí. A Bruno Jiménez, Ignasi García y Celeus Nshimirimana, la misión les ha llevado a Flor de Punga. Definen como “fuerte, intensa y auténtica” esta experiencia donde el mayor reto ha sido romper prejuicios. Unos 90 caseríos dependen de esta parroquia y, como a Ignacio, les sorprende comprobar que muchas familias, alimentan su fe a pesar de que el sacerdote solo pueda visitarles una vez al año. No es extraño que este baño de realidad acreciente su admiración por los grandes misioneros que han dado su vida en la Amazonía. “Ahora pienso en el padre Florencio que, en sus 20 años aquí, ha mejorado la vida de la gente humana y espiritualmente”, comenta Ignasi, “les trajo algo tan básico como el agua potable, mejoró las viviendas para que pudieran separar habitaciones, trajo médicos para hacer campañas, impulsó la farmacia parroquial… dio dignidad”. El paso de las Franciscanas de Copacabana también se percibe en la formación e integridad de la gente. “Percibo que aquí valoran mucho el abrazo, la sonrisa”, asegura.
El tercer grupo, integrado por Bernat Alcayde, Nacho Benavent, David Sanchís y el sacerdote Arturo García, delegado de Misiones de la Diócesis de Valencia, se ha adaptado rápidamente a la realidad de Jenaro Herrera, un distrito que según el censo tiene unos 5.000 habitantes. Las catequesis, las visitas a enfermos, el apoyo en el comedor parroquial y en las tardes las clases de apoyo en las tres escuelistas que dependen de la misión han llenado sus días. “Ayudamos a los profesores a enseñar a leer, escribir, matemática… Es una labor muy reconfortante porque los niños tienen ganas de aprender y a nosotros nos gusta enseñar. Aprendemos todos juntos, también rezamos, cantamos, hacemos deporte, tocamos la guitarra…”, enumera David, “los viernes tenemos un rato de oración, los sentamos en círculo en sillas, ponemos la Cruz y el padre Arturo realiza una oración. Son momentos muy especiales porque los niños rezan y aprenden a relacionarse con Jesús”.
A cargo del grupo, el padre Arturo García, con 27 años de vida sacerdotal, cree que si estas realidades se conocieran más algunos optarían por la misión para su labor pastoral, porque “aquí están muy necesitados de sacerdotes”. Desde Flor de Punga, Ignasi García cree que la verdadera ‘madera’ del misionero debe sustentarse en dos aspectos clave: la formación y la fortaleza humana. “No es tan fácil. No se trata solo tener ganas y disposición de ayudar. El misionero debe ser una persona fuerte y con una vida muy ordenada en todos los aspectos. Debes estar preparado para soportar la soledad, por ejemplo. Se necesitan pilares muy sólidos, más allá de las buenas intenciones”, argumenta.
Solo el tiempo y Dios determinarán si Ignacio, Ignasi, Bruno, Miquel, Celeus, Nacho, David o Bernat regresan por los ríos que este mes de agosto han abierto sus brazos para acogerles y mostrarles la grandeza de disfrutar y convivir con los protectores de esta, nuestra Casa Común.
Reflexiones desde el corazón
A su regreso a Valencia los ocho seminaristas tienen mucho que compartir y, sobre todo, mucho que pensar y discernir. Regresan a casa con la mochila llena de experiencias, la mirada plena de la Amazonía y sus gentes y, sobre todo, con el corazón mucho más abierto a lo que Dios tenga preparado para cada uno de ellos. Aquí algunas reflexiones finales.
“Esta experiencia nos enseña a vivir de un modo sencillo y austero, algo que es necesario para los futuros sacerdotes. Una vida sobria donde la mirada se vaya a atender a los más necesitados, a los descartados. Esto nos inflama el corazón y nos lleva a vivir una vida misionera”. Nacho Benavent.
“Al visitar caseríos y comunidades hemos visto que allí confían mucho más en la protección y en el abastecimiento de la naturaleza, como algo que Dios nos ha regalado para poder sobrevivir, pero cuidándolo. Por eso todos trabajan sus chacras y sienten que son cuidados y bendecidos por la naturaleza que les rodea y disfrutan mucho de ella. Hacen un uso muy cercano a lo natural y no a lo artificial, la viven como una madre que les cuida, abastece y les permite subsistir. En la línea de que la naturaleza es una madre y hay que cuidarla aquí tienen una visión de Dios muy paternal. En Europa se ve a un Dios corrector, con normas, pero aquí se le ve como padre que es bueno, protector, te regala los medios para vivir y cuida de los tuyos”. Ignacio Álvarez.
“Cuando llegamos a Jenaro Herrera nos impresionó mucho ver que, desde hace décadas aquí ha habido misioneros dando su vida. Se nota en un pueblo que no empieza la evangelización de cero, pues hemos encontrado jóvenes dispuestos a participar. Impresiona ver que desde hace muchos años ha habido vidas compartidas aquí”. David Sanchís.
“Siempre el cristiano es un enviado, un misionado, debe estar en misión allá donde esté, ya sea cercano o lejano. Tenemos que ser conscientes de que muchas veces nos hemos acomodado y pensamos que el tema de la misión va con quien le gusta o quien tiene esa sensibilidad. Pero todos tenemos un llamamiento a la misión, a salir de nuestro lugar de origen. Como los apóstoles, fueron enviados y salieron de su comodidad, de sus moldes. El cristiano debe romper sus ideas prestablecidas y prejuicios, abriéndose al mundo, porque si no conocemos al otro, su realidad… no podemos ayudarle”. Ignasi García.