Por: Fray Luis Fernández García. O.S.A
Párroco de Santa Rita de Castilla, Río Marañón (Loreto-Perú)
Nunca olvidaré el viaje que realicé por los pirineos aragoneses. El paisaje era muy hermoso, imponente. El profesor Carlos Sebastián, muy querido en el colegio “San Agustín” de Zaragoza (España), iba conduciendo. Llevábamos a los niños a disfrutar de la nieve. Por circunstancias, el autobús se completó; el profesor Carlos fue en su carro y tuve la alegría de acompañarlo. Siendo ya la tarde, después de disfrutar de la nieve, volvíamos para casa. Me fijé por la ventana y le dije lo bonito que era el paisaje. La respuesta que dio ha quedado muy grabada en mi vida: “Cuando algo te aflige no lo ves de la misma manera”.
Ahora estoy en la selva amazónica. Tiene unos paisajes y animales en los que uno se debería quedar maravillado. Qué razón tenía el profesor Carlos, cuando no hay armonía es muy difícil contemplar la belleza. El Papa Francisco en la encíclica “Laudato Sì” habla de la ecología integral. Ella abarca toda la dimensión de la persona y su entorno. Cuando la tierra se contamina, el hombre, los animales y las plantas sufren. Todo está interconectado. Si se rompe esta conexión surge la aflicción.
¿Qué aflicciones hay en la cuenca del Marañón y el Urituyacu? Ojalá pudiera decir que ninguna y poder contemplar las maravillas de Dios. Mis vivencias de siete años en estas tierras se unen a las de mis hermanos Agustinos. En ellas, estos dos ríos, a lo largo del tiempo, han sido violentados: la avaricia humana materializada en la extracción del petróleo, donde las comunidades nativas poco se benefician y cuando suceden los derrames se les considera culpables y usurpadores.
La primera vez que oí la palabra Cuninico, que está en la cuenca del Marañón, fue de la boca de los hermanos Agustinos, y relacionada a una aflicción: la contaminación. El contacto con la comunidad me enseñó la dureza de la realidad: Personas enfermas, peces y animales contaminados, agua que no servía para el consumo humano, tierra que con presionarla salía líquido negro y, sobre todo, un anciano que en sus lágrimas mostraba el sufrimiento de una tierra que gime.
Por su parte la cuenca del río Urituyacu tiene la forma de una serpiente cuando zigzaguea. Es la zona más abandonada por parte del Estado que he encontrado en la parroquia. Una aflicción que se añade cuando uno descubre que el centro de salud más decente está a dos e incluso tres días de viaje por río. El ausentismo de los profesores en los colegios, con las excusas más disparatadas, desde salir a hacer supuestos trámites hasta decir que no hay alumnos. Encontrarse comunidades que siguen viviendo sin agua potable ni infraestructura eléctrica. Jóvenes condenados a no tener una educación de calidad que se ve reflejada en los pocos que acceden a unos estudios superiores…
Y, a todas estas aflicciones, se unen los paros. En estos siete años veo como cada vez son más frecuentes. En el 2016 fue el famoso paro de Saramurillo. En el año 2020 ha habido más de cinco. Los intereses de las organizaciones indígenas, del Estado y de las comunidades nativas que son las más manipuladas y afectadas hace que muchas veces estos reclamos pierdan el tema principal de por qué se realizaron.
Son situaciones reales que nos hacen pisar tierra y nos llevan a ser conscientes de la realidad y las luchas que hay que combatir. No es tiempo para contemplar la belleza en la selva mientras esta siga gimiendo por una restauración integral. Jesús asciende a los cielos, sus discípulos se quedan maravillados y no son capaces de apartar la vista ante tal maravilla. Pedro queda extasiado al ver la transfiguración del Señor. Quiere quedarse siempre en esa visión. Pero el ángel devuelve a los discípulos a la realidad y les hace ser conscientes de su misión. Jesús baja con Pedro, Santiago y Juan de la montaña y sigue su labor.
Por eso nuestra misión y labor continuará sin descanso ni contemplación mientras no haya una restauración integral de esta tierra que ha sido manchada de sangre, petróleo e injusticias a lo largo de los siglos.
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Artículo publicado originalmente en Agustinos Iquitos.