El misionero agustino, en esta entrevista, resalta el sentido religioso de las poblaciones indígenas. «Ha sucedido un fenómeno curioso: mientras Occidente ha abandonado el cristianismo, los pueblos amazónicos lo han abrazado». También habla de las múltiples situaciones de violencia que pagan los más indefensos, como es el caso de la deforestación y el extractivismo.
Por: Alfa y Omega
17:45 | 19 de mayo de 2021.- El último sábado el Papa Francisco nombró como obispo del Vicariato Apostólico de Iquitos al padre Miguel Ángel Cadenas Cardó. El misionero, que se desempeñaba como Superior regional de la Orden de San Agustín en Iquitos, venía ejerciendo su labor pastoral en la región Loreto desde 1994, habiendo trabajado en parroquias de Iquitos, Nauta y Santa Rita de Castilla.
-¿Cómo recibió su nombramiento? ¿En qué pensó?
-Me llegó la noticia con sorpresa, no me lo esperaba. Este Vicariato está encomendado a los agustinos desde 1901 y entraba dentro lo posible que el siguiente obispo fuera agustino. Pero hay otros hermanos mejor preparados que yo y con más cualidades, sin embargo, han recaído las responsabilidades sobre mí. Al final lo único importante es ponernos al servicio de la Iglesia.
-¿Tiene algún plan ya por delante?
-Es un poco pronto para tener planes. Pero se pueden decir varias cosas: Lo primero que quiero es conversar con el Pueblo de Dios, con las religiosas y con mis hermanos agustinos y sacerdotes diocesanos. La tarea es de toda la Iglesia, aunque algunos tengamos más responsabilidad y se nos pueda exigir más. El ejercicio del poder en la Iglesia viene marcado por la sinodalidad, caminar juntos. Esto no es una moda, es la forma propia de ser Iglesia. Así lo entendieron muchas iglesias cristianas primitivas.
-¿Qué características peculiares tiene la Iglesia en la que viene trabajando desde hace tantos años?
-Un tema trascendental es lo que se ha venido denominando la inculturación del Evangelio. En términos generales, es muy importante saber qué hace la gente con la vida cristiana. Diré un ejemplo, de los muchos que pudiéramos poner. Durante esta pandemia el señor Rusbel Yahuacani Caritimari vino a visitarnos para solicitar ayuda: comida. Con este motivo estuvimos conversando porque nos conocemos de años. Espontáneamente se puso a hablar de Jesucristo. Nos contó cómo se había enfermado de COVID-19 pero, al estar cerca de Jesús, la enfermedad no le había matado y le había dado suave. Nos contó que para él, indígena kukama, Jesús es protector, médico y guía. Esto es fácilmente comprendido para un occidental, incluso forma parte también de nuestra tradición. Pero él estaba diciendo otra cosa: está diciendo que, en un mundo poblado por espíritus buenos y malos (animismo), Jesús es protector. A él le ha protegido. Esta tarea de protección es la más importante en la selva. Jesús le ha curado y le ha guiado.
Merece la pena pensar los desafíos que presentan los pueblos indígenas a la evangelización, muchos de ellos ya cristianos. No se trata de imponer, ni de hacer proselitismo. Pero ha sucedido un fenómeno curioso: mientras Occidente ha abandonado el cristianismo, los pueblos amazónicos lo han abrazado. Es frecuente encontrar en los escritos de los antropólogos, muchos de ellos descreídos, cómo sus interlocutores indígenas les invitan a que se conviertan al cristianismo. Es todo un desafío.
-Este año ha estado marcado por una pandemia que ha devastado poblaciones indígenas y donde la violencia sigue a la orden del día. ¿Hay esperanza para la Amazonia?
-Siempre hay esperanza, para la Amazonía también. Los cristianos tenemos la esperanza como una virtud teologal. Es cierto que esta pandemia nos ha golpeado duramente, pero más en la ciudad que en los ríos. Han muerto muchas personas por falta de oxígeno. A pesar de 30 años de crecimiento económico, Perú no estaba preparado para esta pandemia. Fueron mis compañeros de este Vicariato, el padre Miguel Fuertes, agustino, y el padre Raymond Portelli, sacerdote diocesano originario de Malta, los que compraron, con donaciones de todo el mundo, cuatro plantas de oxígeno para la ciudad de Iquitos, cuando se estaba ahogando sin oxígeno. Fue una acción del Espíritu. Esto generó mucha esperanza en la población y la reacción del Estado. Son hombres de Dios.
-¿Temieron por la vida de la gente?
-Esperábamos que en pueblos indígenas iba a suponer un etnocidio pero, gracias a Dios, no sucedió. Imaginábamos que la desnutrición, anemia y otras enfermedades crónicas que sufren los pueblos indígenas iban a provocar una catástrofe. Se temía lo peor, una gran mortandad de ancianos y el peligro de extinción de muchas lenguas indígenas (glotocidio). Pero, gracias a Dios, no sucedió en Perú. Para esto hay varias razones: los indígenas de los ríos no viven hacinados, como en la ciudad; al tener menos acceso a medicinas evitan un gran problema en la ciudad como es la automedicación; la resiliencia indígena, que permite sobrevivir a través de las plantas medicinales y la dispersión en el territorio.
Han muerto indígenas, pero muchos menos de los que se temía. Esto plantea también grandes retos. Muchos indígenas no comprenden lo que es un virus. Y, desde el Estado, se han hecho pocos esfuerzos por explicarlo adecuadamente. Rusbel Yaharcani Carimatimari nos explicaba por ejemplo que el virus es «un animalito que entra por la vena». Ahora tenemos un problema muy serio con la vacunación. Hay personas que se niegan a vacunarse. Incluso algunas iglesias predican contra la vacuna. De nuevo, la falta de una información persiste culturalmente como una gran deficiencia por parte del Estado.
-¿Qué ha supuesto para la zona la labor de la REPAM y qué retos le quedan por hacer?
-La REPAM ha venido realizando un gran trabajo de coordinación. En un espacio tan disperso como la Amazonía es un trabajo fundamental. Se ha reunido, y sigue reuniéndose mucha gente, ahora de forma virtual, para coordinar acciones. También ha sido importante su trabajo de incidencia pública. Ha elaborado buenos informes y ha dado a conocer muchos datos para una mejor comprensión de lo que está sucediendo.
Los retos son inmensos, pero preciosos. La Amazonía es uno de los espacios donde la codicia humana se percibe claramente. Esto genera situaciones de violencia, que normalmente pagan los más indefensos, por ejemplo, pueblos indígenas. Durante la pandemia ha seguido la deforestación a un ritmo muy alto, por ejemplo. Otro reto es la inculturación. Necesitamos teólogos en la panamazonía. Las órdenes religiosas nos hemos encargado de evangelizar la zona, hemos sido muy generosos en la construcción de las iglesias locales. Es tanta la urgencia que no hemos tenido tiempo de pensar la teología. Y esto es un gran reto. Sin una buena teología, la pastoral se queda floja. Tenemos la ventaja de ser iglesias pobres, pero seguimos necesitando ayuda. Tenemos necesidad de trabajar más aún los ministerios laicales, por convicción en la comprensión de la Iglesia, y por necesidad, ya que no tenemos clero suficiente.
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Artículo original publicado en la página web Alfa y Omega.