Por: Mons. Miguel Ángel Cadenas, obispo del Vicario de Iquitos y presidente del CAAAP y la REPAM Perú
Necesitamos una mirada limpia sobre el mundo. Una mirada que, sin ser ingenua, nos permita comprender la grandeza de la creación de Dios. En este sentido tenemos mucho que aprender de Jesús. Su cercanía a la naturaleza le permitió expresarse en términos poéticos: los lirios del campo y los pájaros están despreocupados porque su Creador se encarga de ellos (Lc 6, 25-33). Es una mentalidad que hunde sus raíces en la oración. El libro de los Salmos, un libro poético que nutre la oración del pueblo de Israel y la de Jesús, destila esta concepción del universo. Nos servimos de la creación para vivir dignamente, no para extenuarla. No somos dueños, somos administradores de la creación de Dios.
Nuestra época posee una mirada diferente. Privilegiamos, sobre todo, el beneficio económico. El mundo ha dejado de ser comprendido como creación de Dios para convertirse en “recursos naturales”, como un botín que está esperando su conquista. La consecuencia de todo esto es la pérdida de biodiversidad. La velocidad con la que se extinguen las especies es asombrosa. El planeta se está convirtiendo en un basurero que acumula todo tipo de desperdicios. El consumo desaforado de energía está causando un colapso energético y medioambiental nunca antes conocido. Todo esto va en detrimento de la vida en el planeta y de nuestra propia salud.
Una mirada extractivista pone en riesgo la vida en la tierra. Algunos plantean como solución colonizar Marte. Pero, evidentemente, no será una solución para los pobres. Además, tenemos un compromiso con las siguientes generaciones. Es necesario, pues, apelar a la ética intergeneracional: debemos dejar la creación en las mismas condiciones, o mejores, que nos la hemos encontrado nosotros para la siguiente generación. Es un pecado contra el Creador, contra las criaturas y contra las siguientes generaciones, envenenar la creación y explotarla hasta la extenuación. Esto nos exige purificar nuestra mirada al estilo de Jesús.
Hemos comenzado apelando a no ser ingenuos y ahora invitamos a una “segunda inocencia”. La primera inocencia implica un estado de sencillez y candor. Sin embargo, fácilmente es desafiada por la sospecha. Esta etapa nos puede llevar tiempo y nos permite superar una mirada idílica y bucólica. Pero necesitamos superar la sospecha para poder construir y avanzar. El siguiente paso es lograr un cierto grado de confianza que desemboca en una ‘segunda inocencia’. Una inocencia que, habiendo pasado por la sospecha, la supera porque es consciente y elegida libremente.
Esta segunda inocencia es una forma de purificación de nuestra mirada. Es cierto que la sociedad en la que vivió Jesús no es la nuestra y no podemos pretender vivir como Él vivió, pero sí dejarnos inspirar por Él, dejarnos guiar por su Espíritu. Esto nos lleva al siguiente punto: el tiempo.
Nuestra época, privilegiando una mirada economicista y dejándose llevar por el extractivismo cortoplacista, se instala en un presente que no mide las consecuencias. Jesús nos invita a purificar nuestra mirada. La alusión a los lirios y los pájaros no es únicamente una mirada ingenua y bucólica; es, sobre todo, una mirada contemplativa.
La contemplación supone un manejo del tiempo diferente. También se instala en el presente. Sin embargo, es una invitación a superar las preocupaciones que nos exige abandonarnos en lo que estamos contemplando. En este sentido, es un tiempo im-productivo. De acá surge el disfrute, el deleite, el goce, el sentido. La mirada contemplativa, como la de Jesús, es la invitación de Dios a concebir la creación como una alabanza continua. Una alabanza que nos permite vivir con dignidad pero que se convierte en un antídoto al extractivismo. Feliz Día de la Tierra.