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02 May 2023

Comunidades nativas y agrícolas de Madre de Dios revaloran sus semillas y alimentos e intercambian experiencias

Más de 60 personas se reunieron en el primer encuentro "Intercambio de experiencia: Aula Viva para el Buen Vivir y la Abundancia” que convocó a representantes de organizaciones indígenas y del sector productivo madrediosense, así como delegaciones de Brasil y Bolivia. Una actividad que busca fortalecer y recuperar la soberanía alimentaria de los pueblos amazónicos.

La Comunidad Nativa Boca Pariamanu, ubicada a dos horas de la ciudad de Puerto Maldonado, capital de la región Madre de Dios, fue el lugar escogido para desarrollar el primer encuentro "Intercambio de experiencia: Aula Viva para el Buen Vivir y la Abundancia”. Un espacio en el que 63 participantes pertenecientes a comunidades indígenas y agrícolas de la región compartieron, junto a delegaciones de Brasil y Bolivia, sus vivencias en la comunidad, aprendiendo a revalorar los frutos y alimentos que producen dentro de sus territorios.

Una de las primeras dinámicas consistió en identificar la escasez y como dar el salto a la abundancia que se tiene dentro de su comunidad. “El objetivo de la dinámica de la abundancia y escasez es que las comunidades puedan reconocer su territorio, cultura, identidad y semillas”, apuntó Juan Pablo Zarate, facilitador colombiano que trabaja recorriendo y recopilando el conocimiento de diferentes culturas de los pueblos indígenas amazónicos de Ecuador, Colombia, Brasil y Bolivia.

Luego del desarrollo la actividad de la escasez a la abundancia, Edy Dariquebe, directivo de la Federación Nativa del río Madre de Dios y Afluentes (Fenamad), comentó que “en el bosque tenemos bastante abundancia, en la ciudad no. Muchas veces preferimos no trabajar y dejamos de lado todo lo que podemos producir. Lo que nos queda es sembrar y producir abundancia para las nuevas generaciones”.

Foto: Cáritas Madre de Dios

Posteriormente, se hizo un intercambio de semillas llevadas por los participantes provenientes de las comunidades nativas de El Pilar, Santa Teresita, Palma Real, Puerto Nuevo y Tipishka. También de los sectores de Mavila y Santa Rosa, así como las delegaciones de la Fenamad, Consejo Indígena de la Zona Baja de Madre de Dios (Coinbamad), Organización de Jóvenes Estudiantes Indígenas de Madre de Dios (Ojeimad), la Asociación para la Investigación y Desarrollo Integral (Aider) y la Asociación de Recolectores de Castaña Amazónica (Ronap).

Asimismo, la delegación de Brasil, conformada por integrantes de la comunidad Mulateiro, del pueblo manchineri; y Bolivia, integrada por representantes de Cáritas Pando y del Municipio de El Porvenir; trajeron semillas oriundas de sus territorios. En esta actividad, se lograron intercambiar más de 50 especies de semillas.

Foto: Cáritas Madre de Dios

“Las semillas no están perdidas, están ahí. Muchas comunidades buscan establecer monocultivo y van perdiendo la semilla, que es parte de la identidad cultural de los pueblos amazónicos”, añadió Zarate, quien observó como con “agrado y amor” los participantes volvieron a ver semillas que consideraban perdidas.

Chacra sin quema

Como parte del trabajo integral del "Intercambio de experiencia: Aula Viva para el Buen Vivir y la Abundancia”, se realizó una jornada de trabajo en una de las parcelas del Comité de Mujeres Emprendedoras de la Comunidad Nativa Boca Pariamanu. Se utilizaron dos espacios: uno en el cual anteriormente se practicó la quema agrícola; y en otra purma (parcela) que estuvo abandonada hace más de cinco años.

Juan Carlos Navarro, secretario general de Cáritas Madre de Dios, comentó que en el terreno abandonado se mantienen las propiedades del suelo. Además, se evita mano de obra en limpieza y mantenimiento. En la chacra sin quema se sembraron diferentes especies, como cacao, copoazú, guanábana, caoba, cedro, etc.

“De ustedes queda un gran recuerdo: las plantaciones”, refirió Adela Ajahuana, integrante del Comité de Mujeres de la Comunidad Nativa Boca Pariamanu. “Se hizo un gran esfuerzo, sudando la gota gorda. Gracias por su ayuda y apoyo. Algún día quisiera volver a verlos y sacar las naranjas y limoneras, para compartir con todos ustedes”.

Cocina nativa: recuperando la soberanía alimentaria

Con la supervisión del chef amazónico Roy Riquelme, los participantes se distribuyeron en cuatro grupos de trabajo para preparar diferentes platos, postres y bebidas, altamente diversificados, con insumos que produce la Comunidad Nativa Boca Pariamanu. El copoazú, cocona, castaña, casharana, zapote, entre otros frutos y alimentos, fueron elegidos para esta dinámica.

Foto: Cáritas Madre de Dios

Al culminar, cada grupo colocó, sobre una mándala elaborada con hojas de plantas nativas, los platos, postres y bebidas que prepararon.

Tras la degustación, los participantes solicitaron que este encuentro se repita en otras comunidades de Madre de Dios. Finalmente, las delegaciones de las diferentes comunidades se comprometieron en replicar cada una de las enseñanzas dentro de sus territorios.

Esta actividad se dio en el marco del proyecto "Fortaleciendo la resiliencia ante el cambio climático mediante la réplica de buenas prácticas de la gestión de medios de vida en las comunidades de la Amazonía del Perú", ejecutado por Cáritas Madre de Dios y Cáritas del Perú, y financiado por Cáritas Alemania.

31 Ago 2022

Violencia en el hogar y carencias nutricionales: una vinculación bastante común

A través de la red de tambos solidarios que el Vicariato Apostólico de Jaén ha trazado en ocho de sus parroquias se constata que, a menudo, las familias con una alimentación deficiente luchan contra varias situaciones difíciles que se entrelazan.

Cuando Pilar visita alguna de las ocho parroquias donde el Vicariato de Jaén tiene instalados sus ‘tambos’, espacios de apoyo social donde, entre otras actividades, se ayuda con víveres y se brindan talleres de hábitos de vida saludable, siempre incide en lo que considera principal: “Les insisto en que lograr una buena nutrición para su familia está en sus propias manos”. Y el por qué es bastante evidente. “Algunos prefieren vender los huevitos que producen sus gallinas y, en lugar de consumirlos, compran fideos, atún o gaseosa; otros incluso venden la leche de su vaquita y al día siguiente van a comprar un tarro de leche en lata”, explica. Es Pilar Tafur, licenciada en Enfermería y coordinadora de la pastoral de salud del Vicariato Apostólico de Jaén.

A raíz de la pandemia, esta institución, como otras, percibió el gran vacío institucional que existe en lo relativo a la alimentación de los más humildes y evidenció lo que, técnicamente, se conoce como ‘grandes brechas sociales’. De inicio con una política asistencial (entregar bolsas y canastas de víveres básicos como arroz, atún, legumbre o aceite), con el paso de estos dos últimos años el enfoque se ha readaptado desde lo que, al inicio, fue una emergencia humanitaria. Ahora se sigue apoyando a familias vulnerables con productos, pero insertando un componente educativo. “A los beneficiarios (más de 550 en total), se les habla sobre las dietas balanceadas y, a partir de un recetario ya elaborado y planificado con productos de la zona, se hacen demostraciones, se cocinan platos saludables y muy nutritivos con ellos”, detalla Tafur. Se pretende, desde la práctica, llevar a la reflexión y en última instancia a una mejora de las costumbres culinarias. Conocimientos que también se intentan afianzar con la emisión de spots y programas en Radio Marañón, propiedad del vicariato, estación radial muy seguida en toda la provincia y especialmente en el ámbito rural.

Como sanitaria, Tafur percibe la situación con una visión integral y asegura que las deficiencias nutricionales van de la mano con ciertas debilidades en salud mental. Deficiencias con raíces muy profundas. “Cuando voy a las casas más alejadas lo que más me impacta es cuánto les afecta, en su forma de alimentarse, su situación afectiva. Vas, hablas, y en la mayoría de los casos empiezan a brotar conversaciones relativas a violencia en el hogar, ya sea entre esposos o de hijos a padres. El hecho de que una familia se desintegre tiene mucha relación con el descuido y la pasividad hacia una buena nutrición”, comenta. Por eso en el ámbito rural muchas de las beneficiaras del proyecto que ejecutan con el apoyo del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), Pórticus y otras instituciones aliadas, son madres solteras y/o abandonadas con varios niños pequeños a cargo. Viven en pueblitos y caseríos alejados, a veces a varias horas de camino a pie, y el trabajo en el campo es su único recurso.

Por eso, tras hacer un diagnóstico de las necesidades y fortalezas, la pastoral de salud del Vicariato de Jaén cree que en los próximos meses habría que dar un paso más: impulsar biohuertos familiares. “Es una voz unánime que nos marca la misma dirección. En todas las zonas que voy manifiestan que quieren que les instruyan bien en cómo sembrar mejor, cómo y qué abonos utilizar y en criar animales con más garantía de éxito”, explica Tafur, “necesitaríamos que nos brinden semillas y también contar con algún personal experto en esos temas, algún ingeniero, agrónomo, forestal… que se integre a nuestro equipo”.

Si difícil es la situación de las madres jóvenes, no es mejor la de cientos de adultos mayores hallados en situación de semi-abandono y con unas enormes carencias nutricionales. Y es que los ancianos son, a menudo, y especialmente en los contextos urbanos, los grandes olvidados. Pareciera que eran invisibles y la Covid-19 nos hubiera hecho abrir los ojos y voltear la mirada hacia ellos. Un fenómeno que se ha dado a nivel mundial y que en Jaén se evidencia en las dos parroquias de la ciudad que están incluidas en los tambos solidarios: San Francisco de Asís y Morro Solar. “El padre Walter Crispín, por ejemplo, reparte cada 15 días canastas a un promedio de 100 adultos mayores que han sido abandonados por sus hijos o que, directamente, no tienen familia”, relata Tafur, “la situación en que los encontró es realmente dura, se merecen todo el apoyo porque ellos sí ya no están en situación de trabajar la tierra”.

Una tierra que, en esta zona, llamada coloquialmente como ‘ceja de selva’ por estar en un punto de entrada a la Amazonía, regala alimentos como la vituca, un tubérculo parecido a la yuca, rico en carbohidratos y fibra y del que se pueden elaborar varios derivados. También está la arrachaca. De ambos se pueden hacer harinas y tortitas muy interesantes desde el punto de vista nutricional. Ideales para combinarse con espinacas, brócoli o cebolla china, que se cultivan con relativa facilidad.

Un proceso que va de lo asistencial (brindar alimentos) a lo productivo (sembrar, cultivar y cocinar) pero que, en el camino, necesita una gran cucharada repleta de sensibilización. Y no es casualidad. La educación es la base para el desarrollo integral que los más vulnerables solicitan. Una petición que ni tan siquiera debería existir porque ya es, de por sí, un derecho reconocido internacionalmente: el derecho a la alimentación.

03 Ago 2022

Alimentación saludable en el Putumayo: una difícil misión, pero no imposible

La lejanía y excesiva dependencia de Iquitos, con lanchas que demoran 10 a 15 días y alimentos como huevos y verduras que deben enviarse en avioneta, y el auge del narcotráfico, la minería y la extracción de madera se suman al desconocimiento general sobre la importancia del cultivo y consumo del producto que la tierra amazónica proporciona.

“Hay esperanza”. Son las últimas palabras que pronuncia Bea Prusinowska, misionera laica, natural de Polonia, del Vicariato de San José del Amazonas, tras una larga conversación sobre su visión sobre la situación alimentaria en donde vive desde hace más de una década. La provincia del Putumayo, bañada por el río del mismo nombre y con capital en El Estrecho, es una zona compleja. Fronteriza con Colombia y cercana a Brasil, pero sobre todo lejana, muy lejana. Y esa distancia, unida al auge del extractivismo voraz (desde 2020 el incremento de la actividad maderera y el aumento de dragas mineras procedentes de Colombia está a la vista de todos) y el narcotráfico determina en buena medida qué productos consumen las familias.

Boras, murui, maijunas, secoyas, kichwas, yaguas, ticunas y ocainas comparten un vasto territorio en el que el río Putumayo serpentea a lo largo de 1.300 kilómetros (solo en la parte peruana, su extensión total supera los 1.800). Se organizan en 74 comunidades donde viven solo 11.000 personas. La baja densidad garantiza, todavía, buena cantidad de recursos alimenticios. Pescado, taricaya, motelo, paiche, venado, huangana o majás se encuentran aún con cierta facilidad, pero el comentario que en zonas como el Bajo Urubamba o Alto Amazonas se escucha desde hace una o dos décadas empieza a oírse, cada vez con más fuerza, en el Putumayo. “Hay animales para cazar y pescar, pero ya comentan eso de que antes era más fácil, estaban más cerca, y ahora deben adentrarse más en el bosque y en las quebradas”, afirma la misionera. Mientras las actividades ilegales prosperan, los animales huyen.

Sin embargo, factores culturales y la geografía entran también en escena. Los primeros meses de pandemia hicieron visible la realidad: “Dependemos muchísimo de los centros urbanos y, en concreto, de Iquitos”. De ahí llegan los víveres. Grandes lanchas que, en el mejor de los casos, tardan 10 a 15 días en cubrir la ruta navegando también por zona colombiana y brasileña. “Verduras como la cebolla, la papa o el ajo aguanta un largo viaje, pero otras se malograrían en el camino, por eso las traen en avionetas con los huevos y los panes, por no hablar de los accidentes que hay en la boca del Putumayo”, relata Prusinowska. Con esta situación, no es extraño que las verduras sean escasas, caras y poco atractivas para una población cada vez más habituada al tallarín, el atún enlatado, el arroz y las bebidas azucaradas.

“No todo es negativo, hay fruta en abundancia como el camu-camu y el aguaje, pero cuando converso con la gente ves que cada vez hay menos hábito de ‘hacer la chacra’ y desde el centro de salud los doctores insisten: los índices de desnutrición siguen altos”, comenta la misionera, “la dieta es muy poco variada”. Y es que en el Putumayo se respira, en parte, desencanto hacia ciertas propuestas alternativas y, sobre todo, sostenibles. Pequeños proyectos de plantación de cacao o caña de azúcar no han tenido éxito, pues el mercado para la venta queda lejos. Falta de organización, altos costes del transporte y definición concreta de a quién y cómo comercializar el producto son, a día de hoy, algunos ‘hándicaps’. Además, puede incluso afirmarse que gran parte de la población se ha ‘rendido’, al punto de que hay zonas completamente dedicadas al narcotráfico donde la producción agrícola es prácticamente nula. “Por el Alto Putumayo, en Soplín Vargas, no encuentras casi nada de verduras, a lo sumo yuca y poco más”, lamenta la misionera.

Misionera que encuentra, entre la dura realidad, signos de ilusión como las ferias gastronómicas que se han realizado tanto en el Estrecho como en Mairidicai, una comunidad indígena cercana. “Se pudo probar comida murui, bora, maijuna, kichwa, secoya… en eventos así nos damos cuenta de qué calidad de comida existe, cómo se cocinan verdaderas delicias con algunas frutas y verduras que no se ven en el día a día”, detalla y lanza una pregunta para la reflexión, “¿por qué teniendo esa riqueza en la tierra, muchas veces, nos dejamos llevar por todo lo que, creemos, significa modernidad?”.

Invertir esos falsos mitos, revalorar lo propio y, sobre todo, apoyar y acompañar alternativas de vida y alimentación más equilibradas para las familias amazónicas debe ser uno de los principales retos a corto plazo. Una alimentación que garantice la seguridad alimentaria en toda la amplitud del término, desde la ‘cantidad’ hasta la ‘calidad’ de lo que se sirve en la mesa. Aportar un granito de arena, tanto desde la Iglesia como desde instituciones públicas, privadas y Ongs es un imperativo moral. Por las familias y por esta ‘tierra bendecida’ llamada Amazonía.