“Como obispo he descubierto que la Iglesia me da la posibilidad de desarrollar una creatividad pastoral mayor de la que estamos haciendo”, sostuvo el obispo del Vicariato de Puerto Maldonado y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM).
Por: Vicente Luis García Corres (Txenti)
Tras su paso por Roma, monseñor David Martínez de Aguirre, obispo del Vicariato de Puerto Maldonado, en la Amazonía peruana, hizo escala obligada en Vitoria-Gasteiz para pasar unos días con su madre y familia. Aprovechando su estancia, Misiones Diocesanas Vascas convocó un encuentro con monseñor David en la que ha sido su parroquia desde chico, la parroquia de Nuestra Sra. de los Ángeles.
El encuentro se celebró en la iglesia y comenzó con una oración que Martínez de Aguirre suele usar y que tiene como centro la Amazonía. Después comenzó su exposición haciendo una panorámica satelital para ubicar este vasto territorio de América del Sur del que tienen una porción 9 países diferentes.
Tras recordar con cifras lo que supone de patrimonio de la humanidad en riqueza natural y medioambiental, en diversidad de especies y de comunidades indígenas, David aterrizó en la denuncia, que no por repetida, deja de ser urgente recordar de la explotación inmisericorde a la que está siendo sometido este pulmón del Planeta Tierra.
La explotación agrícola y minera, y todas las ilegalidades que arrastran de violencia, prostitución, tráfico de personas, narcotráfico. Además, denunció el asesinato de lideres de la resistencia pacífica a todos estos desmanes y de defensores de los derechos humanos y de los pueblos indígenas.
Pero también apuntó la existencia de brotes verdes en medio de todo este caos. La Iglesia es protagonista de muchos de esos brotes verdes que se traducen en proyectos sociales, educativos, y de sinergias institucionales para que se escuche la voz de los pueblos indígenas en estamentos internacionales.
Entre esos proyectos se contempla un Programa Universitario Amazónico, que si bien no tiene por qué tener una sede física, se está estudiando la posibilidad de una formación telemática avalada por grandes universidades nacionales e internacionales.
Monseñor David hizo una afirmación que sorprendió a los asistentes y que pudo explicar: “tendremos que llegar a bailar con el diablo”. “Los hombres y mujeres que están enfangados en toda la corrupción y las actividades ilegales son miembros de mi feligresía, y los tengo que atender”, empezó como justificando su afirmación.
Es consciente, y lo contrario sería engañarse a uno mismo, que el oro va a seguir siendo extraído, pero hay dos caminos, hacerlo de forma ilegal, que es como se está haciendo y provocando la destrucción del entorno, o hacerlo de manera legal y responsable, lo que denominó “el oro verde”.
Este proceso es más lento, seguramente ofrece menos beneficios a corto plazo, exige una recuperación del territorio trabajado, pero garantiza la supervivencia y la legalidad de los contratos de trabajo. Pero por sí solo esto no sería suficiente, habría que contar con la implicación del mercado de la joyería. Tendría que darse un movimiento mundial de rechazo al oro ilegal y adquirir solo “oro verde”, de procedencia legal y controlada. Y implicaría también la sensibilización de miles de mineros ambulantes para un cambio de paradigma hacia una minería del oro controlada y “ecológica” por decirlo de alguna manera, y eso sería como “bailar con el diablo”
Pero de la Amazonia hay muchos más temas de los que hablar y por eso quisimos entrevistarlo.
- ¿Qué puede contarnos de su paso por Roma?
Hemos tenido una bonita reunión de la Conferencia Eclesial de la Amazonía, un organismo que nació a raíz del Sínodo de la Amazonía. La CEAMA es una Conferencia eclesial, no episcopal, porque en ella formamos parte representantes de todos, todos, todos. Este organismo, de la mano de la REPAM crea una red de trabajo. Y hemos acudido a Roma a recibir el impulso de quien la creó.
- Han pasado unos años del Sínodo de la Amazonía, de la carta Querida Amazonía y de la visita del Papa Francisco a Madre de Dios. ¿Que consecuencias efectivas ha tenido todo esto y si son ya palpables en la Amazonía algunos cambios, al menos en su diócesis?
Esa pregunta nos hicieron en Roma. Y la respuesta es esa Conferencia Eclesial, su trabajo y su presencia en Roma. El Sínodo de la Amazonía fue un llevar al centro de la Iglesia el grito del dolor de la Amazonía. Desde la idea que tuvo el Papa Francisco de que desde las periferias el centro, el núcleo de la Iglesia puede alimentarse y reactivar su misión como Iglesia. El Sínodo se quedó con lo que ya se venía haciendo en la Amazonía y sus conclusiones volvieron a la Amazonía para reforzar el camino iniciado.
Pero si me pides que enumere algunas de las cosas que han quedado te diría que esa CEAMA, Conferencia Eclesial Amazónica, donde están representadas las 7 conferencias episcopales, los pueblos indígenas, los misioneros y todo el pueblo de Dios. La CEAMA, junto con la REPAM, se encarga de articular y poner en marcha los 180 mandatos que se propusieron: la significación del compromiso de las comunidades indígenas con su propia historia acompañados por la Iglesia.
Estamos creando sinergias entre todos los territorios amazónicos, de manera que hoy los indígenas pueden tener voz ante organismos internacionales gracias a ese trabajo en común; otra propuesta es la de poner en marcha un programa universitario amazónico. Se ha comenzado con un programa piloto que tiene cinco sedes y que articulan una formación supervisada y avalada por grandes universidades pero que se ofrece telemáticamente; otro la Red Eclesial Bilingüe, la REIBA, una apuesta por la educación bilingüe recuperando el valor de las culturas autóctonas.
Esta semana en Roma hemos estado un grupo diverso donde estaban presentes representantes indígenas, mujeres, el cardenal Barreto, otros obispos amazónicos, religiosas… y todos en un ambiente de comunión. Yo sugerí “hagan una foto de esto, es la prueba de que la sinodalidad es posible”. ¡No estamos exentos de problemas, claro!
- Uno de los temas que provocó ríos de tinta fue el tema del acceso al diaconado de los laicos para atender la vida sacramental de los pueblos indígenas, usted ha dicho que sueña con un futuro inmediato donde se pueda poner en marcha un diaconado compartido por parejas que asuman una misión. En qué consiste esta propuesta y ¿Cómo de cerca estamos de esa realidad?
Hay experiencias en estas líneas, como por ejemplo en Chiapas, en México. Hay más de mil diáconos que con sus parejas están asumiendo el compromiso del diaconado.
Como obispo he descubierto que la Iglesia me da la posibilidad de desarrollar una creatividad pastoral mayor de la que estamos haciendo. A veces nos atascamos en lo que la Iglesia no permite todavía hacer, y faltamos por no explotar los recursos que sí ya permite. Tenemos muchos campos que explorar. Personalmente no tengo reparo en reconocer que yo, sin ser técnico en la materia, no encuentro argumentos teológicos para oponerme al diaconado femenino. Pero dicho esto, ante todo creo en los procesos eclesiales y creo en el Espíritu Santo, y sé que si ha de darse ese paso se dará cuando el Espíritu Santo lo inspire en la Iglesia.
Ya se están dado pasos y así los ministerios laicales se concluyó que si el bautismo es el mismo para todos, no distingue por sexos, los ministerios laicales tampoco pueden discriminar por sexos y así hoy ya se imparten tanto a hombres como a mujeres.
Pero es que además en la Amazonía algunas figuras tienen una significación diferente, así por ejemplo el catequista. Aquí es el educador y preparador para los sacramentos, allí es mucho más que eso, es el coordinador y el animador de la comunidad, es una figura de referencia. Y las directrices del Papa Francisco van más por este modelo de catequista.
- La sinodalidad es un modelo de Iglesia que la Amazonía ya conoce, ¿podemos decir que son la punta de lanza de esta Iglesia sinodal, y que el inminente final del Sínodo del Pueblo de Dios que tendrá su segunda parte en octubre será clave para poner en marcha muchas iniciativas en la Amazonía?
No sé si usaría el término de “punta de lanza”, el Papa Francisco ya lo dijo en Brasil a los obispos, usó el término de “banco de pruebas”. Un banco de pruebas de la sinodalidad. De hecho el Sínodo de la Amazonía abrió las puertas al Sínodo de la sinodalidad.
No obstante, quien espere grandes cambios de Sínodo se va a decepcionar. El gran cambio es el Sínodo en sí mismo. Más diría, aun cuando algunos cambios de esos que muchos esperan se llegaran a adoptar, el éxito es que la Iglesia se redescubra misionera.
- Y para terminar, ¿cómo definirías la sinodalidad que se vive en la Amazonía?
Estamos todos, nos escuchamos todos, y sabemos que cada uno tiene su espacio. Nada que ver con un congreso donde se vota y la mayoría gana. Ese no es el modelo de la Iglesia. La sinodalidad desborda, es mucho más exigente. La sinodalidad se parece más a ese deseo de la unanimidad, que todos sean Uno.
Non solum sed etiam
Tras la entrevista pudimos charlar más distendidamente y me explicó ese sórdido mundo de la explotación minera ilegal. Yo me la imaginaba en manos de grandes empresas mineras, y la plaga son los miles y miles de particulares, mineros ambulantes que se desplazan por el territorio amazónico impunemente. En su mayoría son procedentes de tierras improductivas que encuentran en la minería ilegal una salida a la pobreza. Los que llevan años haciéndola han logrado un capital que les permite mecanizar su proceso de extracción.
El problema es que toda esta labor se hace sin control, sin permisos, cimentada en la corrupción y la violencia a diversos niveles. Pero monseñor David cree que hay una forma de seguir extrayendo el oro pero de forma legal, controlada y “ecológica” es decir, garantizando la recuperación del territorio que se ha trabajado. Esto sería lo que podríamos llamar el “oro verde”.
Pero el éxito del oro verde precisa de la implicación de toda la cadena comercial de este metal precioso, desde el minero que haga su trabajo en condiciones hasta el comprador que adquiera solo joyería procedente del oro verde. Es muy pronto para lanzar la campaña pero vaya por delante mi propuesta a todo los amantes del oro y de la joyería: cada vez que vayan a una joyería pregunten “¿esa pieza es de oro verde?” y si el joyero pregunta “¿qué es eso de oro verde?”, respóndanme, oro extraído de forma controlada y legal, sin explotación de las personas y del entorno.
Al principio nadie tendrá “oro verde” pero quizá algún día el joyero empiece a preguntarle a su proveedor “¿oye, estas piezas proceden del oro verde?” y así poco a poco iremos contagiando a la cadena hasta que el mercado solo funcione con oro verde. Un sueño, sí, casi un cuento de hadas, cierto. Pero podemos hacerlo realidad.
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Artículo publicado originalmente en la web de Religión Digital. Se puede leer aquí.